Equipados para ser felices
Desde el momento de nacer estamos equipados internamente con todas las facultades que necesitaremos a lo largo de nuestra vida para sobrevivir, crecer y alcanzar la plenitud de nuestro desarrollo. Tenemos capacidades físicas, mentales, emocionales, intelectuales, sociales, espirituales, etc. La felicidad es el fruto del proceso de maduración de todas y cada una de nuestras facultades y habilidades. Cuando ejercemos plenamente todas nuestras capacidades como seres humanos, alcanzamos la felicidad.
Así como que una semilla puede convertirse en un árbol frondoso y lleno de fruto, si se lo ofrecen los nutrientes necesarios, así nuestras capacidades tienen que ser rodeadas de un ambiente adecuado que haga posible su maduración y crecimiento.
El ambiente idóneo para el crecimiento del niño es una presencia constante y amorosa de parte de los adultos que les rodean, especialmente de los padres.
Para que el niño pueda desarrollarse adecuadamente debe recibir afecto, contacto físico cariñoso, palabras de amor y reconocimiento a su persona y a lo que hace, atención adecuada y oportuna de sus necesidades de alimentación, limpieza y descanso, corrección amable y amorosa de sus errores y un proceso de educación de cómo vivir adecuada y sanamente.
Sólo los padres suficientemente maduros, equilibrados y sanos interiormente pueden ofrecer a sus hijos este tipo de ambiente familiar, porque sólo estos padres pueden, en el trato con sus hijos, ser cariñosos, pacientes, amables, bondadosos y generosos.
En la mayoría de los casos, los padres no pudieron crecer sanamente y muestran deficiencias emocionales, desajustes de personalidad, falta de madurez que se traducen en la práctica en un trato inadecuado hacia sus hijos: trato duro, incomprensión, abandono, agresiones, gritos, golpes, descalificación, falta de ayuda y apoyo, impaciencia, amenazas, etc.
Las heridas emocionales
Cada vez que el niño recibe un trato inadecuado, agresivo, hostil, impaciente; cada vez que el niño experimenta el abandono, la soledad, se van a producir heridas interiores, golpes emocionales. El resultado es la aparición frecuente o constante de sentimientos negativos: tristeza, ansiedad, angustia, miedo, temor, coraje, ira.
Estos sentimientos se van instalando en el interior del niño en forma permanente, conservándose en el inconsciente hasta la edad adulta, dando origen a lo que llamamos heridas interiores, daños emocionales o baja autoestima. Estos sentimientos se mantienen en el interior debido a que no pudieron expresarse ni procesarse en el momento en el que se produjeron. Son sentimientos experimentados antes de que el niño tenga forma de convertirlos en palabras.
Cuando el niño interior tiene estas heridas, al llegar a la edad adulta vivirá su vida a la luz de los mismos temores, ansiedades, angustias, miedos, corajes, vividos durante la infancia, sin darse cuenta que los sentimientos presentes son, con mucha frecuencia, un reflejo y una prolongación de las experiencias infantiles.
¿Qué hacer para sanar?
Para salir de esta situación, para dar los primeros pasos en la curación de las heridas interiores, es fundamental:
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Darse cuenta de los propios sentimientos y aceptarlos
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Caer en la cuenta de que los sentimientos frecuentes, constantes y exagerados tienen su origen en experiencias infantiles inadecuadas
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Darse cuenta que los propios sentimientos son producidos por uno mismo y por tanto, no podemos culpar a los demás por lo que sentimos.
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Realizar un proceso interior para sanar las heridas de la infancia, especialmente a través de un proceso profundo de perdón y reconciliación.
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Hacernos cargo de aprender a manejar adecuadamente nuestros propios sentimientos, canalizándolos de forma responsable y productiva.