El niño interior herido, las heridas emocionales, la baja autoestima y los conflictos internos que nos impiden crecer y ser felices, se generaron durante la infancia y son el resultado de haber vivido en ambientes familiares más o menos disfuncionales.
En la vida adulta el Niño Interior herido se manifiesta frecuentemente como: desajuste emocional, rencor, resentimiento, inseguridad, indecisión, problemas para perdonar, dificultades para desprenderse y desapegarse, problemas de carácter y dificultades para establecer relaciones sanas y equilibradas con los demás, baja productividad laboral, incapacidad para adaptarse socialmente, problemas para enfrentar cambios, entre otras.
Con el Niño Interior herido, no sanado es difícil, muy difícil o eventualmente imposible mantener relaciones adecuadas con los demás.
Las relaciones humanas se convierten en relaciones de dependencia, codependencia y explotación, relaciones conflictivas donde el amor, la comprensión, la reciprocidad y el equilibrio son inestables o imposibles. En este escenario familiar, es imposible una adecuada educación y formación de los hijos. Éstos serán herederos emocionales de las heridas y de la falta de habilidades de sus padres.
Con el Niño Interior dañado, con la falta de desarrollo de nuestras habilidades personales y en medio de relaciones conflictivas, también se hace imposible vivir la experiencia espiritual, la plenitud, tanto a nivel humano como religioso. El amor, la bondad, la generosidad, la solidaridad, el desprendimiento, la reciprocidad, el perdón son imposibles de vivir.
Por tanto, la primera tarea para ser felices es sanar nuestro Niño Interior y las heridas emocionales.
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